UNA VANITAS EN EL LEGADO DE RAFAEL PUYANA
In memoriam
Soberbia presunción
sobre que estriba
De tu loca altivez la
pompa vana?
Sobre una flor, que
nace a la mañana,
Y por la tarde un soplo
la derriba?
Francisco Núñez de Cepeda
A comienzos
de 2013 ingresaba en el Archivo Manuel de Falla de Granada el legado, en vida,
de una parte de las colecciones del clavecinista colombiano Rafael Puyana. En
este legado se incluían todos los fondos musicales, en formato documental,
editorial o incluso instrumental y una pequeña colección de grabados, pinturas,
tejidos y otras obras singulares. Destaca una pequeña tabla forrada de
pergamino y pintada a la témpera que contiene una multitud de elementos alegóricos,
entre los que destacan los instrumentos musicales y especialmente un clavecín,
motivo por el que quizás Rafael Puyana adquiriera esta pieza. Prácticamente es una
Naturaleza Muerta, animada por la presencia de un niño que fabrica pompas de
jabón y un pequeño simio que hace lo propio al otro extremo de la obra, como
contrapunto formal y simbólico al primero.
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Vanitas del Legado de Rafael Puyana |
La obra, de
reducidas dimensiones (360 x 300 mm) refleja un colorista interior en el que en
primer término, en el ángulo inferior derecho, acumula sobre el suelo una
panoplia de símbolos relativos al poder terrenal; armaduras, coronas, tiaras,
báculos, cetros, espadas e, incluso, un dorado cuerno de la abundancia y una
jarra volcada desparramando su tesoro. Al lado izquierdo y en penumbra, se
sitúan unos jarrones y un busto caído, junto a una paleta de pintor. Sobre este
conjunto y graciosamente sentado sobre un mueble, oculto bajo un paño, se sitúa
el simio que hace unas pesadas pompas de jabón; tras él y en segundo plano, el
conjunto de instrumentos musicales, presidido por el clavecín, partituras, arpa,
gaita, violín o viola, cuernos y sacabuches, y confundida entre ellos, una
máscara teatral. Enfrentado a todo esto y recostado sobre un trono y una
calavera, la imagen del niño haciendo pompas etéreas de jabón junto a un
incensario que exhala sus sahumerios. En el último plano de la habitación, dos
macetones con arbolillos y una ventana que abre la estancia a un paisaje a lo Poussin,
en el que se aprecian dos figuras que inician una fuga. Todo queda cerrado por
un pesado cortinaje de tonos verdosos y buena ejecución.
Como vemos,
la naturaleza muerta que se nos ofrece es la de un compendio de ornamentos y
elementos simbólicos que nos hablan sobre el poder y los placeres mundanos que
se complementan con la presencia del cráneo, delatando la obra como una Vanitas o, como diría Enrique Valdivieso
siguiendo la tradición española, un desengaño[1].
El desengaño del mundo como calificó
Lázaro Díaz del Valle al lienzo de Antonio de Pereda custodiado, hoy día en el
Kunthistoriches Museum de Viena. Desengaño que se desgrana del propio texto del
Eclesiastés cuando dice “he observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que
todo es vanidad y atrapar vientos”[2]
fortaleciendo la idea del engaño, del reflejo, del humo de la realidad mundana
y humana y, sobre todo, recalcando el inicio del propio Eclesiastés “vanidad de
vanidades, todo es vanidad ¿Qué provecho saca el hombre de todo por cuanto se
afana debajo del sol?[3].
Por tanto Vanitas y Desengaño van de
la mano en la retórica del tema de nuestra obra. Vives-Ferrándiz Sánchez nos
dice, por tanto, que la Vanitas no
habla más que del paso del tiempo y que para ser conscientes de ello solamente
hay que mirar; mirar para desengañarse, mirar para alcanzar la verdad
eliminando las apariencias y mirar para acomodar la vida al ineludible paso del
tiempo[4].
De este
modo, tenemos que forzar nuestra mirada sobre la Vanitas que fue propiedad de Rafael Puyana. Debe ser una mirada
taxonómica que nos permita identificar los elementos y las agrupaciones que
entre ellos se producen, para que nos cuenten cual es el desengaño, descubrir
la verdad y asumir el final de nuestra vida.
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Planos con detalle de gran parte de los símbolos descritos |
Para ello
tenemos una estupenda guía clasificatoria debida a Ingvar Bergström[5]
en la que identifica tres grupos: Los símbolos de la existencia terrenal, los
símbolos de la mortalidad de la vida humana y los símbolos de la resurrección a
la vida eterna. El primer grupo, además, se puede subdividir en otros tres
campos que se podrían subclasificar como vita
contemplativa, vita practica y vita voluptuaria. En el primero estarían
los libros, instrumentos científicos, materiales, literatura, ciencia y artes
plásticas. El segundo se formaría con las joyas que caracterizan la riqueza y
el poder, piezas como coronas, cetros, armas, tiaras, etc. Por último, el
tercer subgrupo, sería el de los placeres sensuales como vasijas, pífanos,
cartas o instrumentos musicales; como vemos, la práctica totalidad de los
elementos que aparecen en nuestra Vanitas.
Los elementos del poder religioso, militar, político y económico, son todos los
que están en el ángulo inferior derecho y representan la vita practica. Las vasijas, el busto de escayola y la paleta de la
pintura se encuentra dentro de la vita
contemplativa y los instrumentos musicales con la máscara incluida serían
los atributos de la vita voluptuaria,
es decir de las sensaciones.
Todos estos elementos
son comunes en el mundo de la Vanitas,
pero especialmente abundantes en las naturalezas muertas holandesas, en donde
la carga protestante ha ido aligerando la presencia de la muerte, dejándola
prácticamente en un emblema caracterizado, en muchas ocasiones, por la calavera
de nuestro primer padre, tal y como nos aparece aquí, haciendo de reposo al
rollizo cuerpo del niño semidesnudo que hace pompas de jabón recostado sobre
ella. Esta idea de la comparación de la existencia con lo efímero de una pompa
de jabón y por tanto su asimilación al hombre y su existencia, surge en la
antigüedad clásica bajo el concepto de Homo
Bulla y se puede rastrear en los textos de Luciano y Varrón. De hecho, en
el comienzo del Rerum rusticarum de Varrón, el autor se dirige a su esposa Fundania lamentándose de los
achaques de la edad ya que si el hombre es tan frágil como una burbuja, más lo
es un viejo[6].
El éxito de esta metáfora se prolonga durante la Edad Media y llega hasta el
siglo XVI en el que Erasmo de Rotterdam lo recoge en sus Adagia y de ahí su fortuna iconográfica durante el siglo XVI que,
entre varios, nos ha legado un magnífico grabado titulado Quis evadet? (¿Quién se salva?) obra de 1594 del artista alemán
Hendrick Goltzius, fuente directa de la obra que nos ocupa, en el que además se
asocia la imagen del niño hacedor de pompas a la calavera, con lo que une dos
corrientes moralistas diferentes: en una el Homo
Bulla que ya hemos visto y en la otra la del putto con la calavera, más moderna y de origen italiano. Con lo
cual, la fugacidad de la vida entronca con la visión del Eros y Thanatos o, lo
que es lo mismo, el contraste entre el amorcillo, como generador de vida, y la
muerte, personificada en la calavera de Adán. Llegados a este punto, es
interesante recuperar los siguientes versos de Baudelaire:
Aquí, Amor se ha colocado
sobre
la cabeza de la humanidad,
y deja que un pagano que nunca
creyó
y que sólo demostró ser un
fresco,
hiciera elevar con placer
pompas de jabón.
Ellas volaron al viento,
como si fueran mundos
independientes
que se encuentran en lo
profundo del éter.[7]
Por otra parte, y situado
junto a los instrumentos musicales, se puede ver una gran esfera cristalina
situada sobre un trípode, cual si de un globo terráqueo se tratara. Y no es la
primera vez que esa metáfora se ha usado como símbolo de la fragilidad de la
vida terrestre a punto de quebrarse en cualquier instante[8].
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Hendrick Goltzius (1594) Quis Evadet? |
Al otro lado de la obra,
sentado sobre un tejido oscuro, un simio hace pompas de jabón a imitación del putto, solo que éstas, lejos de flotar,
caen pesadamente buscando el suelo. El simio es también un elemento habitual en
las Vanitas holandesas y se asimila
con un estadio inferior del ser humano, envilecido y atento nada más que a las
pasiones mundanas, especialmente la lujuria. Es por tanto normal que sus pompas
no puedan flotar en el éter, sino que se precipiten en el abismo de lo material[9].
Solamente nos quedan dos
elementos por analizar de la obra, los maceteros con sus arbolitos, posible
referencia al Hortus idealis o Locus amoenus y, por tanto, referencia a
la esperanza del Paraíso y a la vida más allá de la muerte; algo que podría
verse afianzado por la ventana que se abre en el muro del fondo. Ventana o
cuadro en el que un amable paisaje, con árboles y ruinas de un castillo, deja
entre medias un camino por el que discurren dos personajes, un adulto y un
niño, que caminan hacia el fondo de la escena, prácticamente un tránsito guiado
de una nueva alma que deja las ruinas del castillo, homologadas como ruinas de
la vida, en pos de un horizonte feliz en la nueva vida. Este recurso es también
habitual en la pintura del siglo XVII y XVIII y lo podemos encontrar en obras
como la Vanitas de Antonio de Pereda
de la Galería Uffizi de Florencia o La
vanidad de la vida de Jan Brueghel del Palacio de Liria[10].
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Jan Brueghel el Joven. Alegoría de la Vanidad |
Nos
encontramos, por tanto, ante una obra de amplio colorido y factura amable que por ciertos tics afectos a la moda (rostro y pelo ensortijado del niño) la sitúa en el siglo XVIII, dentro de la esfera francesa, pero en la que su tema es de pleno siglo XVII,
tanto del horizonte católico como del protestante, si bien es verdad que se
decanta hacia la tradición flamenca del bodegón como Vanitas, alejándose de la tradición española en la que suele
existir una personificación del caballero o del memento mori más allá de la calavera. Además, el tema central del
niño haciendo pompas de jabón tuvo un éxito especial en el ámbito holandés e,
incluso, a través de pintores franceses como Chardin, se popularizó en Francia
hasta el punto de que Charles Baudelaire, en varias ocasiones, aludiera en su obra
al niño hacedor de pompas[11],
renovándose así en el siglo XIX la tradición de la Vanitas mediante la poesía.
[1] VALDIVIESO,
E. Vanidades y desengaños en la pintura
española del Siglo de Oro. Fundación de Apoyo a la Historia del Arte
Hispánico. Madrid, 2002
[2] Ecl.
1,14
[3] Ecl. 1,3
[4] VIVES
FERRÁNDIZ SÁNCHEZ, Luis. Vanitas,
retórica visual de la mirada. Págs 33 y 34. Ediciones Encuentro, 2011.
[5] BERGSTRÖM, I. Dutch still-life painting in the seventeenth
century. Londres y Nueva York, 1956. Pág. 154.
[6] VIVES
FERRÁNDIZ SÁNCHEZ, Luis. Cuerpos de aire: retórica visual de la vanidad en Revista Goya, nº 342, págs. 44 y ss.
Madrid, 2013.
[7]
BIALOSTOCKI, Jan. Arte y Vanitas en Estilo
e iconografía. Contribución a una ciencia de las artes. Págs 185-226.
Barcelona, Barral Editores, 1973
[8] VALDIVIESO,
E. Vanidades y desengaños en la pintura
española del Siglo de Oro. Pág. 50 Fundación de Apoyo a la Historia del
Arte Hispánico. Madrid, 2002
[9] Para los
significados del simio, véase TERVANENT, G. Atributos
y símbolos en el arte profano. Diccionario de un lenguaje perdido.
Ediciones del Serbal. Barcelona, 2002. Págs- 371-375.
[10] AZANZA
LÓPEZ, José Javier. Tradición alegórico-emblemática de la raqueta del jeu de
paume como objeto de Vanitas, en Boletín
de Arte de la Universidad de Málaga, nº 32-33, pág, 35. MÁLAGA, 2011-2012.
Tanto en uno u otro cuadro el artista recurre a la utilización retórica del
cuadro dentro del cuadro para marcar el triunfo de Cristo redentor. En el caso
de Brueghel la ninfa de la vanidad es asistida por dos amorcillos, uno hace le
pompas de jabón mientras el otro muestra el cuadro de Cristo al espectador como
recordatorio de la única verdad.
[11]
ANTOÑANZAS MEJÍA, Fernando. Artistas y
juguetes. Memoria para optar al Grado de Doctor por la Universidad
Complutense de Madrid. Pág. 21. UCM, 2005.
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