Partitura de La Atlántida en la edición de la casa Ricordi expuesta en el Museo de Cádiz, 2011-2012 |
Cuando hablamos de
iconología, simbolismo, alegorías y demás formas de leer las imágenes, más allá
de su formalidad plena, siempre pensamos en creaciones artísticas de cierta
antigüedad, preferentemente del barroco hacia la antigüedad y solo caemos en
que cualquier creación más moderna está cargada de esos mensajes cuando nos lo
hacen ver de forma certera, en especial cuando la obra es contemporánea, pues
nuestro propio presente nos impide cargar de información oculta las creaciones
artísticas, creyendo que tenemos el conocimiento claro de la obra a través de
nuestra coetaneidad. Algo así ocurre con la obra musical de la que hoy tratamos
y con una de las versiones escenográficas que se realizaron para su puesta en
escena.
La Atlántida por sí sola ya
es evocadora del misterio, de lo oculto y de lo simbólico, casi del
conocimiento arcano de la existencia de la cultura humana. Pero lejos de las
explicaciones esotéricas que se sobreponen a su nombre, la Atlántida también ha
sido fuente de inspiración artística de alto nivel y, en este caso, se da
además la coordinación de disciplinas desde su más infante proceso de creación.
Manuel de Falla comenzó a
urdir su proyecto musical hacia 1927-28 y siempre tuvo en mente, para la
realización escénica de la gran cantata/oratorio, a Josep María Sert, con quien
tuvo contactos ininterrumpidos hasta 1939, fecha en la que Sert proponía
estrenar la obra en la
Exposición Universal de Nueva York, envuelta en una puesta en
escena de la más rabiosa modernidad. Pero, por otra parte, Falla no había
terminado la música, fundamentalmente por su resentido estado de salud y quizás
por la acidia que le fueron produciendo los últimos episodios de la República y
la posterior Guerra
Civil. Así, Falla partirá en 1939 para Argentina con las
partituras a medio hacer y morirá en 1946, sin que la gran obra que el público
y numerosos teatros estaban esperando saliera de sus manos. Sert murió un año
antes y tampoco pudo dejar nada acabado del monumental proyecto.
Así las cosas, en 1954, se
retoma la idea de acabar La Atlántida de Falla y se encarga de ello Ernesto
Halffter que llevará la obra a unas dimensiones muy por encima de lo que el
músico gaditano pensaba en un principio. La obra, terminada y agrandada por
Halffter, se termina en 1960 y la casa editora Ricordi comenzará una intensa
labor para que se pueda estrenar la obra en versión sinfónico-coral en España y
posteriormente, escenificada, en Milán y Berlín. Pero en ninguna de las dos
representaciones se había entendido el mensaje que la obra de Falla quería
transmitir y mucho menos las peculiaridades de raíz española que desfilaban en
su libreto, siendo la puesta en escena más bien de cuento imaginario, una fantasía.
Tras los desastrosos
estrenos, la familia
Falla, especialmente el arquitecto José María García de
Paredes, recupera el control junto a la casa Ricordi y comienzan su particular calvario
por intentar llevar a cabo una escenografía capaz, moderna y que cumpliera con
los deseos que Manuel de Falla le había
trasladado a Sert en una jugosísima carta de cinco hojas, el 10 de noviembre de
1928. Para ello, García de Paredes realiza unas fotografías en su propio
estudio madrileño, en el que recorta unas masas corales dibujadas por él y las
sobrepone a una serie de ilustraciones extraídas de diferentes libros y
revistas de su propia biblioteca. De esta forma, crea de forma provisional la
primera escenografía importante para La Atlántida. Más
tarde se unirá al proyecto Joaquín Vaquero Turcios y se trazarán otras dos
versiones escenográficas que sufrieron la común suerte de no ver nunca el
escenario.
Para poder comprender esta
escenografía de García de Paredes se hace necesario conocer previamente el
argumento de tan complicada obra, del que trasladamos aquí una síntesis del que
publicara José María Pemán en una edición discográfica:
ATLÁNTIDA
OBRA DE MANUEL DE FALLA SOBRE
EL POEMA HOMÓNIMO DE JACINTO VERDAGUER
“La Atlántida sumergida”
Un joven genovés que acaba de
naufragar en medio del Océano, llega maltrecho a una isla en la que vive,
retirado del mundo, un sabio anciano. El sabio, por consolar y distraer al
náufrago de su pasado terror, empieza a contarle la legendaria infancia de
aquel mar que los rodea. “El anciano -dice el poeta- parecía el genio del mar.
Su gentil oyente se llamaba Cristóbal Colón”.
Aquel mar que abarca la
tierra de polo a polo fue un día –cuenta el anciano- el alegre Jardín de las
Hespérides, cuyo monarca fue Atlas, al que los griegos vieron, por su
gigantesca estatura, como una montaña que sostenía el firmamento. Atlántida era el nombre de aquel
continente y sus pobladores, los Atlantes, una raza de poderosos gigantes cuya
ambición era traspasar todos los límites, hasta el punto de pretender escalar
el mismo trono de Dios, por lo que fueron castigados con un cataclismo que
sepultó la Atlántida bajo las olas
del mar.
Sólo se salvó, por disposición del Altísimo, la tierra de
España, amarrada como una góndola antemural del Pirineo. Por eso Dios
acumuló en esa tierra última los tesoros de la naufragada Atlántida,
y los pueblos de oriente imaginaron ver en ella todas las riquezas lejanas y
prometedoras: el vellocino de oro, el Eliseo de Homero, el Ofir de Salomón.
Incendio de los Pirineos |
PRIMERA PARTE
“El incendio de los Pirineos”
Corren los días –cuenta el
corifeo- en que Alcides (Hércules) recorre la tierra liberándola de gigantes y
monstruos. Alcides, por las márgenes del Ródano, ha llegado al lugar que hoy es
España. Llega en el momento en que un voraz y terrible incendio devora, de
punta a punta, todo el norte de esta tierra.
El héroe avanza a grandes
saltos entre las llamas. De pronto, le detiene un llanto y quejidos que salen
de una cueva y allí, esperando su muerte, está la reina Pyrene, hija de
Túbal y heredera de su reino. Cuenta a Alcides lo sucedido: gobernaba ella
pacíficamente sus tierras hispanas, cuando saltó a España, desde África,
Gerión, monstruo de tres cabezas. Ella se refugió en el extremo de su reino,
donde Gerión, antes de volverse a Gades, incendió los bosques que la rodeaban,
acorralándola.
“Aria y muerte de Pyrene”
Pyrene muere después de
encomendar a Alcides que la vengue de Gerión y recupere para él el reino de
Túbal. Alcides llora a la reina y, descabezando montañas y cerros, levanta el
Pirineo sobre las cenizas del incendio, como ciclópeo mausoleo que señalará el
límite del reino que se propone conquistar. Jurando vengarse de Gerión y
continuando con su misión de limpiar la tierra de monstruos, desciende por las
crestas pirenáicas hasta el alto Montjuich. Desde él contempla el Mediterráneo
y, sobre sus olas, una misteriosa barca blanca, lista para llevarlo a las
tierras del Sur, donde se esconde el usurpador Gerión. Como voto por el
venturoso presagio, promete a los dioses fundar una gran ciudad al pie del
Pirineo, que extienda por el mundo el nombre de aquella barca salvadora:
“Barcino”.
“Alcides y Gerión el
Tricéfalo”
Navegando, Alcides llega
desde Montjuich, a la rada de Gades. Allí, receloso, le espera el usurpador
Gerión. Al verle saltar a tierra, Gerión se postra a sus pies: sus tres cabezas
y sus seis ojos lloran falsas lágrimas, adula a Alcides y le dice que su reino
es pequeño y su corona será estrecha para su frente invicta. Que mire hacia
occidente, donde están las inmensas tierras de la Atlántida, habitada por gigantes, cuyo rey, Atlas, al morir
presintió que algún día llegaría un semidios a poseerlas.
“Canto a la Atlántida”
Alcides vislumbra la Atlántida que aparece en el horizonte
como un paraíso repleto de vegetación, los caudalosos ríos hispanos se
prolongan por sus tierras y aportan poder y riquezas.
“El Huerto de las Hespérides”
En el centro de la Atlántida se encuentra el jardín
paradisíaco en el que está el naranjo de frutos de oro. Hasta él llega Alcides
dispuesto a desgajar la rama florecida que le dará la posesión del gran reino.
En torno a él danzan y juegan las siete bellísimas Hespérides, hijas del rey
Atlas.
Escondido en el tronco del
árbol está el dragón que lo custodia; ataca al héroe y este le aplasta la
cabeza con su maza. Su sangre salpica
las flores, las llamas de su boca se apagan, nubes de ceniza cubren el cielo y
voces de angustia anuncian que se está cumpliendo el vaticinio de Atlas.
“Lamento y muerte de las Pléyades”
Al pie del naranjo han caído
las siete hijas de Atlas, pero los dioses tienen piedad de ellas y, al
disiparse la bruma, aparecen en el cielo siete estrellas. Es la constelación de
las Pléyades.
Alcides, abriéndose paso
entre montañas y gigantes, ha retornado a Gades “La hija de las olas, palacio
de nácar y marfil”. Allí, deteniéndose un momento, planta la rama del naranjo
de las Hespérides. Desde allí empezará la tierra que, redimida de vicio y monstruos,
heredará el poder y la gloria de la Atlántida.
Pero junto al naranjo
plantado por Alcides nace, misteriosamente, un árbol informe y monstruoso que
llora sangre. Es el Drago, el árbol
secular que aún vive en las costas Atlánticas de Cádiz, Marruecos y Canarias.
Cuando Alcides se alza, tras
haber plantado el naranjo en la primera playa de Europa, ve a Gerión agazapado
entre las rocas. Rápidamente lo derriba, por lo que el África envía sus últimos
monstruos en socorro de Gerión: Arpías, Gorgonas, etc. Alcides los vence sobre
lo que hoy es el estrecho de Gibraltar.
“Voces Mensajeras”
Anuncian que Dios va a hablar
“Sanctus, Sanctus, Sanctus”
“La Voz Divina”
Recuerda Dios que puso al
hombre en la tierra e hizo los astros, los continentes y los mares para que
fueran su reino. Pero el hombre -el Atlante soberbio y vicioso- se ha levantado
contra Él. Ha de castigar su pecado. Se romperá la muralla que aprisiona el mar
y las olas caerán sobre la
Atlántida. Todo será desolación y ruina… hasta que los dos pedazos
en que la Tierra quedará rota, sean enlazados por los hijos de España, cuando
vuelvan a amar a Dios.
Cruje y tiembla la tierra. El mar,
embravecido, se sale de sus límites e inunda la Atlántida.
En un último esfuerzo de
satánica soberbia, los Atlantes retan a Dios y, subiéndose los unos sobre los
otros, pretenden crear una Torre de Babel que les permita escalar al cielo.
El Arcángel repite la mortal
sentencia blandiendo su espada de fuego. Se derrumba la torre humana y los
Atlantes perecen.
Alcides, de pie en la costa
de Gades, contempla el terrible castigo de los monstruos, ve aparecer las
columnas de roca que marcan los límites del mar
y escribe en ellas con su espada: “Non Plus Ultra”.
Columnas de Hércules "Non Plus Ultra" |
“El Peregrino”
Por un camino largo y
pedregoso, a cuyo extremo se divisa el Atlántico y las columnas de Hércules, Cristóbal
Colón, el muchacho genovés que ya ha llegado a la madurez, asciende pensativo.
Un lejano toque de campanas anuncia su maravilloso destino. Voces celestiales
repiten el vaticinio escondido en su nombre “Christoferens”: portador de
Cristo… Un coro profético llena el aire con palabras misteriosas de Séneca, que
anunció que vendrían siglos en que traspasaría el Océano.
Bajo un arco morisco de la
Alhambra, la Reina Isabel,
mientras suena una gallarda, sueña que en los vergeles de la Alhambra una
paloma, cuyo canto era dulce como la miel del romero, ha llegado hasta sus
manos; le ha arrebatado con el pico su anillo de desposada, vuela con él y se
adentra en el Atlántico. La Reina, que la ha seguido, ve como la paloma deja
caer el anillo sobre las olas del mar, como si desposara con ellas a la Reina
de España. En el momento de caer el anillo surgen islas maravillosas, llenas de
flores. La paloma recoge una guirnalda de esas flores y con ella corona a
Isabel.
La Reina, una vez despierta,
entiende que el sueño promete el hallazgo de las Indias. Se despoja de sus
joyas y se las entrega a Colón.
Un coro celestial pregunta
quién está volando sobre el mar. Son las velas de las tres carabelas que surcan
el Atlántico.
“La Salve en el Mar”
En el silencio del mar, jamás
surcado por ningún navegante, se eleva el canto de las sirenas en laudes y
súplicas a la Virgen.
“La noche suprema”
Voces celestes y terrenas se
mezclan en un Aleluya. Todos duermen en las carabelas: sólo Colón vigila,
observando las estrellas. Aparecerá la tierra nueva.
NOTA: todas las fotografías son reproducciones del catálogo de la exposición "Atlántida, sonidos y materia" de la que fui comisario, siendo positivados de Javier Algarra sobre los originales de José María Garcia de Paredes de 1962.
Como vemos, en el interior de la obra de Manuel de Falla completada por Ernesto Halffter, fluye un mensaje mitológico y místico a la vez que de reivindicación nacionalista, especialmente en el momento en que Falla, durante la dictadura de Primo de Rivera, decide emprender el proceso creativo que, paulatinamente, se va a ir transformando en un lenguaje más patriotero propio de la postguerra y de los anhelos oficiales por trascender en la política cultural hacia el exterior de los años 50 y 60, retomando -en un lenguaje plástico escenográfico- la creación mitológica, a través de los trabajos de Hércules, el propio continente perdido o la creación de la bellísima historia de El Sueño de Isabel, cerrando en una imagen de eternidad, una imagen circular que refleja la pequeñez del ser humano, aunque sea un héroe/peregrino, ante la creación divina del Universo.
La noche suprema |
NOTA: todas las fotografías son reproducciones del catálogo de la exposición "Atlántida, sonidos y materia" de la que fui comisario, siendo positivados de Javier Algarra sobre los originales de José María Garcia de Paredes de 1962.
Como vemos, en el interior de la obra de Manuel de Falla completada por Ernesto Halffter, fluye un mensaje mitológico y místico a la vez que de reivindicación nacionalista, especialmente en el momento en que Falla, durante la dictadura de Primo de Rivera, decide emprender el proceso creativo que, paulatinamente, se va a ir transformando en un lenguaje más patriotero propio de la postguerra y de los anhelos oficiales por trascender en la política cultural hacia el exterior de los años 50 y 60, retomando -en un lenguaje plástico escenográfico- la creación mitológica, a través de los trabajos de Hércules, el propio continente perdido o la creación de la bellísima historia de El Sueño de Isabel, cerrando en una imagen de eternidad, una imagen circular que refleja la pequeñez del ser humano, aunque sea un héroe/peregrino, ante la creación divina del Universo.
Yo me quedo con la realidad, o sea lo que dejó Falla de su futura obra La Atlántida, añadiendo solo su terminación por parte de su discípulo Ernesto Halffter, (no se podría haber representado), y no las posibles escenografías, primero de Jesep María Sert, (antes de que Falla terminara la obra después de su muerte la llamó oratorio), otros como García Paredes, La Fura dels Baus, y etc…, con una dramaturgia y una escenografía absolutamente innovadoras, y en el futuro se harán otras.
ResponderEliminarMuy buena la sintesis de José María Pemán de la sinopsis de la cantata escénica, con punto de partida de la obra literaria de Jacinto Verdaguer. "Me gusta la música clásica". M. Talavera Hdez.