domingo, 7 de abril de 2013

LA ATLÁNTIDA DE MANUEL DE FALLA y GARCÍA DE PAREDES Una escenografía llena de simbología

Partitura de La Atlántida en la edición de la casa Ricordi expuesta en el Museo de Cádiz, 2011-2012


Cuando hablamos de iconología, simbolismo, alegorías y demás formas de leer las imágenes, más allá de su formalidad plena, siempre pensamos en creaciones artísticas de cierta antigüedad, preferentemente del barroco hacia la antigüedad y solo caemos en que cualquier creación más moderna está cargada de esos mensajes cuando nos lo hacen ver de forma certera, en especial cuando la obra es contemporánea, pues nuestro propio presente nos impide cargar de información oculta las creaciones artísticas, creyendo que tenemos el conocimiento claro de la obra a través de nuestra coetaneidad. Algo así ocurre con la obra musical de la que hoy tratamos y con una de las versiones escenográficas que se realizaron para su puesta en escena.

La Atlántida por sí sola ya es evocadora del misterio, de lo oculto y de lo simbólico, casi del conocimiento arcano de la existencia de la cultura humana. Pero lejos de las explicaciones esotéricas que se sobreponen a su nombre, la Atlántida también ha sido fuente de inspiración artística de alto nivel y, en este caso, se da además la coordinación de disciplinas desde su más infante proceso de creación.

Manuel de Falla comenzó a urdir su proyecto musical hacia 1927-28 y siempre tuvo en mente, para la realización escénica de la gran cantata/oratorio, a Josep María Sert, con quien tuvo contactos ininterrumpidos hasta 1939, fecha en la que Sert proponía estrenar la obra en la Exposición Universal de Nueva York, envuelta en una puesta en escena de la más rabiosa modernidad. Pero, por otra parte, Falla no había terminado la música, fundamentalmente por su resentido estado de salud y quizás por la acidia que le fueron produciendo los últimos episodios de la República y la posterior Guerra Civil. Así, Falla partirá en 1939 para Argentina con las partituras a medio hacer y morirá en 1946, sin que la gran obra que el público y numerosos teatros estaban esperando saliera de sus manos. Sert murió un año antes y tampoco pudo dejar nada acabado del monumental proyecto.
Una vista de la exposición "Atlántida, sonidos y materia" realizada en noviembre de 2007 en la Sala Zaida de Granada con el patrocinio del Archivo Manuel de Falla, los Amigos de la Orquesta Ciudad de Granada y Caja Rural

Así las cosas, en 1954, se retoma la idea de acabar La Atlántida de Falla y se encarga de ello Ernesto Halffter que llevará la obra a unas dimensiones muy por encima de lo que el músico gaditano pensaba en un principio. La obra, terminada y agrandada por Halffter, se termina en 1960 y la casa editora Ricordi comenzará una intensa labor para que se pueda estrenar la obra en versión sinfónico-coral en España y posteriormente, escenificada, en Milán y Berlín. Pero en ninguna de las dos representaciones se había entendido el mensaje que la obra de Falla quería transmitir y mucho menos las peculiaridades de raíz española que desfilaban en su libreto, siendo la puesta en escena más bien de cuento imaginario, una fantasía.

Tras los desastrosos estrenos, la familia Falla, especialmente el arquitecto José María García de Paredes, recupera el control junto a la casa Ricordi y comienzan su particular calvario por intentar llevar a cabo una escenografía capaz, moderna y que cumpliera con los deseos que  Manuel de Falla le había trasladado a Sert en una jugosísima carta de cinco hojas, el 10 de noviembre de 1928. Para ello, García de Paredes realiza unas fotografías en su propio estudio madrileño, en el que recorta unas masas corales dibujadas por él y las sobrepone a una serie de ilustraciones extraídas de diferentes libros y revistas de su propia biblioteca. De esta forma, crea de forma provisional la primera escenografía importante para La Atlántida. Más tarde se unirá al proyecto Joaquín Vaquero Turcios y se trazarán otras dos versiones escenográficas que sufrieron la común suerte de no ver nunca el escenario.

Para poder comprender esta escenografía de García de Paredes se hace necesario conocer previamente el argumento de tan complicada obra, del que trasladamos aquí una síntesis del que publicara José María Pemán en una edición discográfica:



ATLÁNTIDA

OBRA DE MANUEL DE FALLA SOBRE EL POEMA HOMÓNIMO DE JACINTO VERDAGUER

La Atlántida sumergida.
PRÓLOGO

“La Atlántida sumergida”

Un joven genovés que acaba de naufragar en medio del Océano, llega maltrecho a una isla en la que vive, retirado del mundo, un sabio anciano. El sabio, por consolar y distraer al náufrago de su pasado terror, empieza a contarle la legendaria infancia de aquel mar que los rodea. “El anciano -dice el poeta- parecía el genio del mar. Su gentil oyente se llamaba Cristóbal Colón”.

Aquel mar que abarca la tierra de polo a polo fue un día –cuenta el anciano- el alegre Jardín de las Hespérides, cuyo monarca fue Atlas, al que los griegos vieron, por su gigantesca estatura, como una montaña que sostenía el firmamento. Atlántida era el nombre de aquel continente y sus pobladores, los Atlantes, una raza de poderosos gigantes cuya ambición era traspasar todos los límites, hasta el punto de pretender escalar el mismo trono de Dios, por lo que fueron castigados con un cataclismo que sepultó la Atlántida bajo las olas del mar.

Sólo se salvó, por disposición del Altísimo, la tierra de España, amarrada como una góndola antemural del Pirineo. Por eso Dios acumuló en esa tierra última los tesoros de la naufragada Atlántida, y los pueblos de oriente imaginaron ver en ella todas las riquezas lejanas y prometedoras: el vellocino de oro, el Eliseo de Homero, el Ofir de Salomón.

Incendio de los Pirineos
PRIMERA PARTE

“El incendio de los Pirineos”

Corren los días –cuenta el corifeo- en que Alcides (Hércules) recorre la tierra liberándola de gigantes y monstruos. Alcides, por las márgenes del Ródano, ha llegado al lugar que hoy es España. Llega en el momento en que un voraz y terrible incendio devora, de punta a punta, todo el norte de esta tierra.

El héroe avanza a grandes saltos entre las llamas. De pronto, le detiene un llanto y quejidos que salen de una cueva y allí, esperando su muerte, está la reina Pyrene, hija de Túbal y heredera de su reino. Cuenta a Alcides lo sucedido: gobernaba ella pacíficamente sus tierras hispanas, cuando saltó a España, desde África, Gerión, monstruo de tres cabezas. Ella se refugió en el extremo de su reino, donde Gerión, antes de volverse a Gades, incendió los bosques que la rodeaban, acorralándola.

“Aria y muerte de Pyrene”

Pyrene muere después de encomendar a Alcides que la vengue de Gerión y recupere para él el reino de Túbal. Alcides llora a la reina y, descabezando montañas y cerros, levanta el Pirineo sobre las cenizas del incendio, como ciclópeo mausoleo que señalará el límite del reino que se propone conquistar. Jurando vengarse de Gerión y continuando con su misión de limpiar la tierra de monstruos, desciende por las crestas pirenáicas hasta el alto Montjuich. Desde él contempla el Mediterráneo y, sobre sus olas, una misteriosa barca blanca, lista para llevarlo a las tierras del Sur, donde se esconde el usurpador Gerión. Como voto por el venturoso presagio, promete a los dioses fundar una gran ciudad al pie del Pirineo, que extienda por el mundo el nombre de aquella barca salvadora: “Barcino”.

La rada de Gades
2ª PARTE

“Alcides y Gerión el Tricéfalo”

Navegando, Alcides llega desde Montjuich, a la rada de Gades. Allí, receloso, le espera el usurpador Gerión. Al verle saltar a tierra, Gerión se postra a sus pies: sus tres cabezas y sus seis ojos lloran falsas lágrimas, adula a Alcides y le dice que su reino es pequeño y su corona será estrecha para su frente invicta. Que mire hacia occidente, donde están las inmensas tierras de la Atlántida, habitada por gigantes, cuyo rey, Atlas, al morir presintió que algún día llegaría un semidios a poseerlas.





“Canto a la Atlántida”

Alcides vislumbra la Atlántida que aparece en el horizonte como un paraíso repleto de vegetación, los caudalosos ríos hispanos se prolongan por sus tierras y aportan poder y riquezas.

El Huerto de las Espérides
“El Huerto de las Hespérides”

En el centro de la Atlántida se encuentra el jardín paradisíaco en el que está el naranjo de frutos de oro. Hasta él llega Alcides dispuesto a desgajar la rama florecida que le dará la posesión del gran reino. En torno a él danzan y juegan las siete bellísimas Hespérides, hijas del rey Atlas.












El dragón
“Alcides y el Dragón”

Escondido en el tronco del árbol está el dragón que lo custodia; ataca al héroe y este le aplasta la cabeza con su maza.  Su sangre salpica las flores, las llamas de su boca se apagan, nubes de ceniza cubren el cielo y voces de angustia anuncian que se está cumpliendo el vaticinio de Atlas.


“Lamento y muerte de las Pléyades”

Al pie del naranjo han caído las siete hijas de Atlas, pero los dioses tienen piedad de ellas y, al disiparse la bruma, aparecen en el cielo siete estrellas. Es la constelación de las Pléyades.





Hércules llega a Gades

“Llegada de Alcides a Gades”

Alcides, abriéndose paso entre montañas y gigantes, ha retornado a Gades “La hija de las olas, palacio de nácar y marfil”. Allí, deteniéndose un momento, planta la rama del naranjo de las Hespérides. Desde allí empezará la tierra que, redimida de vicio y monstruos, heredará el poder y la gloria de la Atlántida.

Pero junto al naranjo plantado por Alcides nace, misteriosamente, un árbol informe y monstruoso que llora sangre.  Es el Drago, el árbol secular que aún vive en las costas Atlánticas de Cádiz, Marruecos y Canarias.

Cuando Alcides se alza, tras haber plantado el naranjo en la primera playa de Europa, ve a Gerión agazapado entre las rocas. Rápidamente lo derriba, por lo que el África envía sus últimos monstruos en socorro de Gerión: Arpías, Gorgonas, etc. Alcides los vence sobre lo que hoy es el estrecho de Gibraltar.

“Voces Mensajeras”

Anuncian que Dios va a hablar “Sanctus, Sanctus, Sanctus”

“La Voz Divina”

Recuerda Dios que puso al hombre en la tierra e hizo los astros, los continentes y los mares para que fueran su reino. Pero el hombre -el Atlante soberbio y vicioso- se ha levantado contra Él. Ha de castigar su pecado. Se romperá la muralla que aprisiona el mar y las olas caerán sobre la Atlántida. Todo será desolación y ruina… hasta que los dos pedazos en que la Tierra quedará rota, sean enlazados por los hijos de España, cuando vuelvan a amar a Dios.

El hundimiento
“El Hundimiento”  “El Arcángel”  “Non Plus Ultra”

Cruje y tiembla la tierra. El mar, embravecido, se sale de sus límites e inunda la Atlántida.
En un último esfuerzo de satánica soberbia, los Atlantes retan a Dios y, subiéndose los unos sobre los otros, pretenden crear una Torre de Babel que les permita escalar al cielo.
El Arcángel repite la mortal sentencia blandiendo su espada de fuego. Se derrumba la torre humana y los Atlantes perecen.
Alcides, de pie en la costa de Gades, contempla el terrible castigo de los monstruos, ve aparecer las columnas de roca que marcan los límites del mar  y escribe en ellas con su espada: “Non Plus Ultra”.



Columnas de Hércules "Non Plus Ultra"


El Peregrino


3ª PARTE

“El Peregrino”

Por un camino largo y pedregoso, a cuyo extremo se divisa el Atlántico y las columnas de Hércules, Cristóbal Colón, el muchacho genovés que ya ha llegado a la madurez, asciende pensativo. Un lejano toque de campanas anuncia su maravilloso destino. Voces celestiales repiten el vaticinio escondido en su nombre “Christoferens”: portador de Cristo… Un coro profético llena el aire con palabras misteriosas de Séneca, que anunció que vendrían siglos en que traspasaría el Océano.






El Sueño de Isabel
“El Sueño de Isabel”

Bajo un arco morisco de la Alhambra, la Reina Isabel, mientras suena una gallarda, sueña que en los vergeles de la Alhambra una paloma, cuyo canto era dulce como la miel del romero, ha llegado hasta sus manos; le ha arrebatado con el pico su anillo de desposada, vuela con él y se adentra en el Atlántico. La Reina, que la ha seguido, ve como la paloma deja caer el anillo sobre las olas del mar, como si desposara con ellas a la Reina de España. En el momento de caer el anillo surgen islas maravillosas, llenas de flores. La paloma recoge una guirnalda de esas flores y con ella corona a Isabel.

La Reina, una vez despierta, entiende que el sueño promete el hallazgo de las Indias. Se despoja de sus joyas y se las entrega a Colón.


Las Carabelas
“Las Carabelas”

Un coro celestial pregunta quién está volando sobre el mar. Son las velas de las tres carabelas que surcan el Atlántico.

“La Salve en el Mar”

En el silencio del mar, jamás surcado por ningún navegante, se eleva el canto de las sirenas en laudes y súplicas a la Virgen.








“La noche suprema”

Voces celestes y terrenas se mezclan en un Aleluya. Todos duermen en las carabelas: sólo Colón vigila, observando las estrellas. Aparecerá la tierra nueva.

La noche suprema

NOTA: todas las fotografías son reproducciones del catálogo de la exposición "Atlántida, sonidos y materia" de la que fui comisario, siendo positivados de Javier Algarra sobre los originales de José María Garcia de Paredes de 1962.

Como vemos, en el interior de la obra de Manuel de Falla completada por Ernesto Halffter, fluye un mensaje mitológico y místico a la vez que de reivindicación nacionalista, especialmente en el momento en que Falla, durante la dictadura de Primo de Rivera, decide emprender el proceso creativo que, paulatinamente, se va a ir transformando en un lenguaje más patriotero propio de la postguerra y de los anhelos oficiales por trascender en la política cultural hacia el exterior de los años 50 y 60, retomando -en un lenguaje plástico escenográfico- la creación mitológica, a través de los trabajos de Hércules, el propio continente perdido o la creación de la bellísima historia de El Sueño de Isabel, cerrando en una imagen de eternidad, una imagen circular que refleja la pequeñez del ser humano, aunque sea un héroe/peregrino, ante la creación divina del Universo.